Una Fe Que Tiene Sentido
Antes De Que Comencemos…
Este folleto pretende ser una introducción a la enseñanza bíblica básica. Ciertamente no somos los primeros en haber llegado a las conclusiones presentadas en este folleto. Existe evidencia de que han habido estudiantes de la Biblia a lo largo de los siglos que han sostenido estas creencias, y en algunas épocas fueron perseguidos, incluso asesinados, por sus “herejías”. Hoy en día, sin duda, hay individuos dispersos o cuerpos organizados que, como resultado de un estudio bíblico personal, han llegado a conclusiones similares. Uno de esos grupos son los Cristadelfianos. El nombre se deriva de dos palabras griegas que significan “hermanos en Cristo”. En existencia como una comunidad organizada desde mediados de 1800, los cristadelfianos ahora suman decenas de miles en todo el mundo.
Le animamos a considerar la enseñanza presentada en estas páginas con su Biblia abierta. Deje que la Biblia exprese su significado. Si su Biblia no confirma lo que decimos, entonces no se nos debe creer. Sólo lo que Dios nos ha dejado registrado en la Biblia debe ser nuestra guía y la fuente de nuestra fe.
Antes De Que Comencemos…
Una de las excusas más comunes que da la gente para no leer la Biblia es que es muy difícil de interpretar. “La Biblia se puede interpretar de muchas formas diferentes”, suele decir la gente “entonces, ¿por qué molestarse?” Bueno, pues si se tomaran el tiempo para leerla, descubrirían que la Biblia no requiere tanta interpretación como se cree, en gran medida, su enseñanza es mas bien simple y directa.
Piénselo: La Biblia afirma ser un mensaje de Dios para su creación. Si Su propósito es comunicar algo a los seres humanos, solo tiene sentido que esté escrito en un lenguaje que los seres humanos puedan entender. Entonces, la primera regla para entender la Biblia es: Deje que la Biblia signifique lo que dice.
Aquí hay un ejemplo. Zacarías, un profeta del Antiguo Testamento, predijo la venida del Mesías así:
Llénate de alegría, hija de Sión! Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu rey viene a ti, justo, y salvador y humilde, y montado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna. (Zacarías 9:9)
Algunos podrían intentar encontrar algún tipo de significado espiritual profundo en estas palabras. Pero, ¿cómo se cumplieron? Mateo 21 nos dice:
Entonces fueron los discípulos e hicieron tal como Jesús les había mandado, y trajeron el asna y el pollino; pusieron sobre ellos sus mantos, y Jesús se sentó encima. … Cuando él entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó, y decían: ¿Quién es este? (Mateo 21:6-7,10)
El cumplimiento tuvo lugar de acuerdo con los requisitos exactos y literales de la profecía.
“Pero”, se podría preguntar, “¿no existe todas estas figuras literarias en la Biblia?” De hecho si, pero cuando ocurre, casi siempre son fácilmente identificables y comprensibles de acuerdo con las reglas ordinarias del habla. Las metáforas, por ejemplo, que abundan en la Biblia, se utilizan en nuestra conversación diaria sin pérdida de comprensión. Si alguien comenta que cierta persona es “un toro torpe”, no tenemos ningún problema en entenderlo, aunque no se hable literalmente. Lo mismo ocurre en la Biblia. La metáfora, símil, personificación, parábola; todos estos y más se utilizan, y generalmente son comprensibles usando los principios básicos del lenguaje cotidiano.
Ahora bien, hay una forma de lenguaje figurado que se usa en la Biblia que claramente requiere interpretación: el uso de símbolos. Sin embargo, incluso este se puede distinguir fácilmente de las palabras literales que se encuentran en las Escrituras. Cuando leemos el libro de Apocalipsis, por ejemplo, es muy evidente que se está utilizando el simbolismo. Para ser honestos, comprender el simbolismo bíblico puede ser difícil. Definitivamente se requiere humildad, y es necesario recordar una regla simple y de sentido común: nuestra interpretación debe ser consistente con la enseñanza clara y literal de la Biblia. El mensaje básico de la Biblia es claro y comprensible para todos los que abren sus páginas.
El Único Dios Verdadero
Uno de los hechos más fundamentales que declara la Biblia con respecto a la naturaleza de Dios es que Él es el único y no hay otro además de él. “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es.” (Deuteronomio 6:4). Dios mismo declara enfáticamente esta verdad a lo largo del capítulo 45 de Isaías:
Yo soy el Señor, y no hay ningún otro … no hay ninguno fuera de mí. Yo soy el Señor, y no hay otro. … ¿Quién ha anunciado esto desde la antigüedad y lo ha declarado desde entonces? ¿No soy yo, el Señor? No hay más Dios que yo, un Dios justo y salvador; no hay ninguno fuera de mí. Volveos a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque yo soy Dios, y no hay ningún otro. (Isaías 45:5-6, 21-22)
¿Cómo podria decirse mas claro? Veamos, desde aproximadamente el siglo IV d.C. en adelante (mucho después de la finalización de la Biblia), los cristianos se han visto instruidos a creer en un Dios que no consta de una, sino de tres personas distintas. Esta doctrina de la Trinidad, es admitida como un misterio incomprensible, ha sido acogida sin duda por la gran mayoría de los cristianos.
Porque hay un solo Dios,
y también un solo mediador entre Dios
y los hombres, Cristo Jesús hombre.
No obstante, la verdad es que ni una sola vez aparecen en la Biblia las palabras Trinidad o Dios Trino. Ni una sola vez se menciona a Dios en la Biblia como si estuviera compuesto por tres personas. Ni una sola vez encontramos los términos “Dios el Hijo” o “Dios el Espíritu Santo” en la Biblia.
¿Qué es entonces lo que dice la Biblia sobre la naturaleza de Dios? Ya hemos escuchado las declaraciones enfáticas de Dios mismo en Isaías 45, donde dice claramente que solo El es Dios y no hay otro. Pero el Nuevo Testamento confirma esta verdad básica en lenguaje más claro. Pablo declara en su primera epístola a Timoteo:
Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre. (1 Timoteo 2:5)
Note que la enseñanza del Antiguo Testamento sobre “un solo Dios” se repite, y Jesús se nos presenta, no como una “persona” de un Dios trino, sino como un hombre, que es el mediador entre el único Dios y los demás hombres. Una vez mas la misma idea se puede encontrar en las palabras del mismo Jesús:
Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3)
Nuevamente, en las cartas del apóstol Pablo, encontramos la siguiente declaración:
Sin embargo, para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para Él; y un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros. (1 Corintios 8:6)
En todos estos pasajes, vemos repetida la verdad fundamental de que hay un solo Dios. Y en cada caso, Jesucristo está claramente separado. Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, el enviado del “único Dios verdadero”; ¡él mismo no es Dios!
Jesucristo, El Hijo de Dios
¿Es Jesucristo Dios? Existen algunos pasajes en la Biblia en los que se le llama “Dios” a Jesucristo, y esto ha llevado a muchos a concluir que Jesús es Dios encarnado, que es “Dios el Hijo” o “Dios verdadero”.
Pero considere lo siguiente: en la Biblia, aquellos a quienes Dios faculta para representarlo a Él se refieren con frecuencia como Dios mismo. Por ejemplo, cuando Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente como “Jehová”, en realidad era un ángel (Éxodo 3:2; Hechos 7:30). Los casos como este, donde a los ángeles se les llama “Dios” o “el SEÑOR”, son bastante numerosos. Incluso en ocasiones se habla de algunos hombres como “Dios”, cuando estas personas actúan en nombre de Dios, como cuando Moisés iba a ser “como Dios” para Faraón (Éxodo 7:1).
El principio de que los que representan a Dios pueden ser llamados por Su nombre quizás se ilustra mejor en Éxodo 23, donde el SEÑOR dice:
He aquí, yo enviaré un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te traiga al lugar que yo he preparado. Sé prudente delante de él y obedece su voz; no seas rebelde contra él, pues no perdonará vuestra rebelión, porque en él está mi nombre. (Éxodo 23:20-21)
Entonces si el nombre de Dios se puede aplicar a sus mensajeros (el significado de la palabra ángel), ¡con mayor razón a su Hijo! Se nos dice que Jesús vino “en el nombre del Señor” (Mateo 21:9). También en Filipenses 2:9, se nos dice que debido a que Jesús fue obediente hasta la muerte, “por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre…”
Por lo tanto, es totalmente apropiado que Jesús sea llamado por el nombre de Dios; sin embargo, esto no prueba que Él sea Dios, del mismo modo que tampoco lo prueba cuando los representantes menores de Dios son llamados también por ese mismo nombre.
Por otro lado, la Biblia es muy clara sobre la relación de Jesús con su Padre. No es de igualdad, sino de subordinación. Considere estos versículos:
…porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que yo. (Juan 14:28)
Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo… y la cabeza de Cristo es Dios. (1 Corintios 11:3)
Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios. (Lucas 18:19)
Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras. (Mateo 26:39)
Pero de aquel día o de aquella hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre. (Marcos 13:32)
Y cuando todo haya sido sometido a Él, entonces también el Hijo mismo se sujetará a aquel que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos. (1 Corintios 15:28)
El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera. (Juan 5:19)
La simple verdad es que
Jesús es el Hijo de Dios.
En otros versículos, se nos informa que el Padre es el Dios de Jesús (Apocalipsis 3:12); que Jesús creció en el favor de Dios (Lucas 2:52); que Jesús aprendió a obedecer a Dios (Hebreos 5:8).
En ninguna parte la Biblia nos dice que creamos en “Dios el Hijo”, o en Jesús como una persona de un Dios trino. La verdad simple es que Jesús es el Hijo de Dios. En palabras del apóstol Juan,
Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre. (Juan 20:31)
El Sacrificio de Cristo
Los teólogos a menudo se refieren al sacrificio de Cristo como la “expiación sustitutiva de Cristo”. La mayoría creen que Jesús pagó el castigo por el pecado que merecemos, como un hombre condenado que es puesto en libertad cuando otro se ofrece a ser ejecutado en su lugar.
Si bien esta podría ser una manera simple de entender la muerte de Cristo, no es consistente con los hechos más evidentes: Si Jesucristo murió como sustituto nuestro, ¡entonces ya no deberíamos morir… sin embargo morimos!
Si él murió en nuestro lugar, entonces su resurrección no debería ser necesaria para nuestra redención; pero 1 Corintios 15:17 dice, “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es falsa; todavía estáis en vuestros pecados.”
Y de nuevo, si Cristo “pagó nuestras deudas” con su muerte, entonces no sería apropiado hablar de nuestras deudas como perdonadas, Es importante recordar y entender que son y que se entiende por , pero el perdón y la gracia, sin duda, entre las características más destacadas del mensaje del Evangelio.
Para entender la manera en que Cristo es un fundamento para el perdón de nuestros pecados, comenzaremos señalando que en su sacrificio se declaró la justicia de Dios:
Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada…la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen… a quien Dios exhibió públicamente como propiciación (RVC “sacrificio de expiación”) por su sangre a través de la fe, como demostración de su justicia, porque en su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo su justicia, a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús. (Romanos 3:21-22, 25-26)
¿De qué manera se declaró la justicia de Dios en la sangre derramada de Jesucristo, quien fue sin pecado? Esto se hará evidente cuando consideremos su identidad.
Jesús era, ciertamente, el Hijo de Dios; pero también era, según su propia y frecuente descripción, el ‘Hijo del hombre’. Al haber nacido de una madre humana, compartió la misma naturaleza humana que el resto de la humanidad, aquella gobernada por deseos pecaminosos.
Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, él igualmente participó también de lo mismo… (Hebreos 2:14)
Por tanto, tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. (Hebreos 2:17)
(Jesús) ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. (Hebreos 4:15)
A algunos les puede preocupar que Jesús estuviera asociado con el pecado de alguna manera. Considere estos dos pasajes:
Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne. (Romanos 8:3)
Al que no conoció pecado, le (Dios) hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él. (2 Corintios 5:21)
Por lo tanto, Jesucristo fue el representante perfecto de nuestra raza humana, pecaminosa y moribunda. Fue justo y correcto que Dios requiriera su muerte, pues la naturaleza que portaba estaba condenada. Pero también fue justo y correcto que Dios lo levantara de entre los muertos, porque él no cometió ningún pecado. En cada faceta de la muerte y resurrección de Cristo, se declaró la justicia de Dios. Y en el proceso, Jesús, con la fuerza que encontró en su Padre, pudo hacer lo que nadie más pudo: destruyó el poder del pecado y
la muerte.
Y ahora, “sabed que por medio de Él os es anunciado el perdón de los pecados” (Hechos 13:38). Dios continúa imponiendo la justa consecuencia del pecado mientras deja una puerta abierta para los pecadores arrepentidos. No ofrece perdón indiscriminadamente y sin condiciones. No lo ofrece aparte de la declaración de su justicia en “Cristo crucificado”. Dios nos dice, en esencia: “Si reconoces tu propia pecaminosidad, te arrepientes y te asocias con este hombre, tendré misericordia de ti. Mi justicia ha sido declarada en él; sométete a él, obedece y vístete de su nombre, y perdonaré tus pecados y te resucitaré de entre los muertos como yo lo resucité a él.”
Así, en el sacrificio de Jesucristo, la misericordia y la justicia se reconcilian bella y eternamente.
Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.
Romanos 5:12
Muerte
Esta es la evaluación que hace la Biblia de la condición de todos nosotros. Todos pecamos y, como resultado, todos morimos.
Pero, ¿qué es la muerte? Durante siglos, la gente ha tratado de suavizar la finalidad de la muerte suponiendo que hay una existencia consciente después de la muerte. Aproximadamente 400 años antes de la época de Cristo, el filósofo griego Platón formalizó la enseñanza de que el hombre tiene un “alma inmortal” que se libera del cuerpo al morir; y así, en esencia, el hombre nunca muere realmente. Aunque esta idea no se puede encontrar en la Biblia, después del primer siglo d.C., los cristianos también adoptaron esta idea gradualmente. Hoy, la “inmortalidad del alma” se considera una doctrina fundamental de la mayoría de las denominaciones cristianas.
La Biblia, por otro lado, es perfectamente clara sobre la naturaleza de la muerte. Ni una sola vez la Biblia usa el término “alma inmortal”; ni una sola vez habla de alguien que vaya al cielo en el momento de la muerte. Más bien, cuando se habla literalmente, la Biblia representa consistentemente la muerte como un regreso al polvo, un estado de inconsciencia y un termino del ser.
Se nos presenta el tema de la muerte muy temprano en la Biblia. En el jardín del Edén, se le dijo a Adán que si desobedecía a Dios, seguramente moriría, y la muerte se le definió de la siguiente manera:
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. (Génesis 3:19)
No se le hizo mención a Adán de un “alma inmortal”, o de una existencia continua en otro estado; la muerte fue simplemente un regreso al polvo del que fue hecho.
Algunos podrían objetar que es solo el cuerpo el que vuelve al polvo, pero el alma continúa en existencia consciente incluso después de la muerte. Pero considere estas sencillas declaraciones de Eclesiastés:
Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, ni tienen ya ninguna recompensa, porque su memoria está olvidada. (Eclesiastés 9:5)
Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol [la tumba] adonde vas. (Eclesiastés 9:10)
¿Qué podría ser más claro? Sin embargo, hoy en día, en un sermón fúnebre típico, es probable que el predicador informe a su audiencia que la persona muerta está ahora en la presencia de Dios, alabándolo más perfectamente que cuando estaba restringido por su cuerpo mortal. Pero, ¿qué dice la Biblia?
Los muertos no alaban al Señor, ni ninguno de los que descienden al silencio. (Salmo 115:17)
Porque no hay en la muerte memoria de ti; en el Seol [la tumba], ¿quién te dará gracias? (Salmo 6:5)
Cuando morimos, toda capacidad de trabajar, alabar o incluso pensar se detiene. Regresamos al polvo de la tierra y dejamos de existir:
He aquí, tú has hecho mis días muy breves, y mi existencia es como nada delante de ti … Aparta de mí tu mirada, para poder alegrarme, antes de que me vaya de aquí, y ya no exista. (Salmo 39:5, 13)
Dado que la muerte es real, un estado de no-ser, inconsciencia y retorno al polvo, se deduce que la única esperanza de vida después de la muerte reside en la resurrección de entre los muertos. Esto explica por qué “la resurrección de los muertos” es una enseñanza tan importante en la Biblia: ¡Es una necesidad absoluta!
El aguijón de la muerte es el pecado
Infierno
Para la mayoría de la gente, el infierno es el lugar al que se supone que deben partir las almas inmortales malvadas, para ser atormentadas para siempre en llamas. Sin embargo, “Dios es amor” (1 Juan 4:8). ¿Cómo podría un Dios amoroso torturar a alguien, por injusto que sea, eternamente? Mucha gente ha abandonado la religión por completo en lugar de creer en un Dios tan sádico.
La Biblia, sin embargo, no tiene la culpa de la creencia. En primer lugar, como ya hemos visto, la Biblia guarda silencio sobre la doctrina de la “inmortalidad del alma”. No es de extrañar, entonces, que las ideas populares sobre el infierno tampoco estén respaldadas.
De hecho, hay tres palabras diferentes, principalmente, que se han traducido como “infierno” en la Biblia. En el Antiguo Testamento, “infierno” es la palabra hebrea sheol, que significa “el estado invisible”, una referencia a la tumba. Puedes ver esto fácilmente revisando diferentes traducciones de la Biblia. Algunos usan “la tumba”, algunos “sheol” y algunos “infierno”. El Sheol, o la tumba, es el lugar al que eventualmente van todas las personas, tanto los justos como los impíos:
Todos van a un mismo lugar. Todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo. (Eclesiastés 3:20)
Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Sheol adonde vas. (Eclesiastés 9:10)
El Nuevo Testamento usa dos palabras que los traductores han traducido como “infierno”. Una es la palabra griega hades, y es el equivalente de sheol en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Hechos 2:27 es una cita del Salmo 16:10 y usa hades como reemplazo del sheol. Hades, entonces, es simplemente la tumba. El versículo que se acaba de mencionar, Hechos 2:27, indica que Jesús mismo pasó algún tiempo en el Hades, ¡algo difícil de concebir si el Hades es un lugar donde se atormenta a los malvados! Pero es un hecho que Jesús pasó tres días en la tumba.
La otra palabra del Nuevo Testamento para infierno, a menudo asociada con fuego y ardor, es la palabra griega gehena. Un vistazo a un diccionario o léxico de la Biblia muestra que gehena es en realidad una forma acortada de la frase “el valle de Hinom”. En un mapa de la ciudad antigua de Jerusalén, encontrarás que el Valle de Hinom esta ubicado en la esquina suroeste de Jerusalén.
El valle de Hinom, o “infierno”, tiene una historia infame: este valle se usó en un momento dado para el sacrificio humano dedicado a los ídolos, y más tarde fue destruido por el rey Josías, como se describe en 2 Reyes 23:10.
En la época de Jesús, el término Gehena era tan despreciable que se usaba únicamente como lugar para quemar basura y, ocasionalmente, los cuerpos de criminales ejecutados. Cuando Jesús habló de los fuegos del Gehena, su público reconocía inmediatamente el lugar al que se refería y comprendía que, si ignoraban su mensaje, su destino no sería mejor que el de aquellos criminales cuyos cuerpos fueron arrojados allí.
Entender la verdad sobre el infierno muestra una coherencia perfecta con la enseñanza bíblica sobre la muerte: que todos los seres humanos al fin y al cabo terminamos muriendo y que nuestra única esperanza está en la resurrección de los muertos.
El Diablo, El Gran Acusador
Con respecto a Cristo, el libro de Hebreos declara:
Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, Él igualmente participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo… (Hebreos 2:14)
Dado que la muerte de Cristo fue con el propósito de destruir al diablo, si queremos tener una comprensión correcta de la obra de Jesucristo, debemos tener una comprensión correcta del concepto del diablo que vino a destruir.
La opinión común es que el diablo, o Satanás, es un ángel rebelde que fue echado del cielo hace mucho tiempo, y ahora, con sus legiones de demonios, esta trabajando en subvertir a los seres humanos tentándolos a pecar. Sin embargo, tal punto de vista desafía el sentido común y la clara enseñanza de la Biblia. Si Dios “tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito” por nosotros, ¿cómo podría permitir la existencia de una criatura sobrenatural malvada cuya expresa intencion es detruirnos?
La realidad es que, en ninguna parte, la Biblia afirma que tal criatura exista. Si bien utiliza términos como “diablo” y “Satanás”, en ningún lugar declara explícitamente que el diablo sea un ángel caído, ni ofrece información clara sobre su supuesto origen. Entonces, ¿qué es, en realidad, el diablo según la Biblia?
Hebreos 2:14, citado al comienzo de este capítulo, ofrece una clave importante. Dice que, a través de la muerte, Jesús debía “anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo”. El diablo, entonces, se define bíblicamente como “aquel que tenía el poder de la muerte”.
Ahora bien, si se puede decir que una persona tiene el poder de la muerte, ese sería Dios mismo, porque la muerte fue instituida por él, y sólo él tiene el poder para infligirla. Pero, ¿qué es lo que mueve a Dios a infligir la muerte a las personas? Solo hay una respuesta: el pecado. Es el pecado el que le otorga el poder de la muerte, porque es el pecado, y sólo el pecado, es el que trajo la muerte a los seres humanos. Considere los siguientes versículos:
Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron… (Romanos 5:12)
Cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte. (Santiago 1:15)
El aguijón de la muerte es el pecado… (1 Corintios 15:56)
El alma que peque, esa morirá. (Ezequiel 18:4)
Porque la paga del pecado es muerte… (Romanos 6:23)
Pero, acá podría plantearse una objeción: “Es cierto que el pecado es la causa de la muerte, pero ¿quién nos tienta a pecar? ¿No es la tentación obra de un diablo sobrenatural?” Increíblemente, ninguna pregunta, más que esta, se puede responder más claramente con una respuesta bíblica:
Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte. (Santiago 1:14-15)
La palabra “diablo” en el Nuevo Testamento proviene de la palabra griega diabolos que significa simplemente calumniador o acusador. Asimismo, la palabra hebrea satanás significa adversario. Ambas palabras pueden aplicarse a adversarios o acusadores humanos, como cuando Jesús le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”(Mateo 16:23). En el sentido más amplio, la Biblia usa estas palabras como una personificación del mayor Adversario de la raza humana, aquello que nos acusa ante Dios: nuestra propia pecaminosidad.
El Evangelio
La palabra evangelio significa buenas noticias. Si les preguntáramos a los cristianos de qué se trata el Evangelio, la respuesta que obtendríamos con mayor frecuencia probablemente sería que son las “buenas noticias” de que Jesucristo murió por nuestros pecados. ¡Ciertamente son buenas noticias! Pero como respuesta a nuestra pregunta, solo sería parcialmente correcto. ¿Por qué? Porque lo que la Biblia dice sobre el Evangelio puede sorprender a algunos y mostrar que la concepción del Evangelio de la mayoría de la gente carece de un ingrediente esencial.
Lucas 9 comienza con el relato de Jesús enviando a los doce apóstoles a predicar. En el versículo 6, dice que “los discípulos salieron y fueron por todas las aldeas, y por todas partes anunciaban las buenas noticias y sanaban enfermos.” ¿Cuál fue el Evangelio que predicaron? Antes de responder eso, una mirada hacia adelante en el mismo capítulo nos permitirá saber lo que no era:
Haced que estas palabras penetren en vuestros oídos, porque el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres. (Lucas 9:44)
Por supuesto, estaba hablando de su próxima crucifixión. Pero el siguiente versículo continúa diciendo que “ellos no las entendieron, pues les estaban veladas para que no las entendieran.” Debería ser obvio, entonces, que el evangelio que habían estado predicando no tenía nada que ver con la muerte de Jesús por los pecados de la gente, ¡ya que ellos no entendían en absoluto que tenía que morir! Entonces, ¿de qué se trataba su evangelio?
Y los envió a proclamar el reino de Dios y a sanar a los enfermos. (Lucas 9:2)
El evangelio predicado por los doce apóstoles fue la buena noticia acerca del reino de Dios. Este es el elemento que falta en la definición del evangelio de la mayoría de las personas: el reino de Dios.
Después de la resurrección de Jesús, la enseñanza de que su muerte era para la remisión de los pecados se convirtió en una parte muy importante de la doctrina de los apóstoles; pero las buenas nuevas sobre el reino de Dios seguían siendo igualmente importantes. Considere, por ejemplo, este pasaje:
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Cristo Jesús, se bautizaban, tanto hombres como mujeres. (Hechos 8:12)
La mayoría de la gente sabe algo sobre “el nombre de Cristo Jesús “, pero son pocos los que tienen una idea clara de lo que realmente es el reino de Dios. El reino de Dios es uno de los temas más importantes de toda la Biblia, sin embargo, ha sido reemplazado en muchas mentes con vagas ideas sobre las almas inmortales que parten al cielo en el momento de la muerte. En los próximos capítulos, examinaremos más de cerca la enseñanza de la Biblia sobre el reino de Dios.
El Reino de Dios
En el libro de Daniel del Antiguo Testamento, a Nabucodonosor, el rey de Babilonia, se le dio un mensaje divino en forma de sueño. Soñó con una gran imagen hecha de una sucesión de varios metales: una cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro y pies de hierro mezclados con arcilla. El profeta Daniel le explicó a Nabucodonosor que su sueño era en realidad una profecía que representaba una sucesión de grandes imperios. El imperio babilónico iba a ser seguido por el persa, luego el griego, y así sucesivamente, hasta el estado mixto de naciones que tenemos hoy. La historia ha demostrado que los detalles de esta profecía son perfectamente precisos.
En el sueño, la imagen fue golpeada en sus pies por una piedra, que rompió la imagen en pedazos y luego creció hasta convertirse en una gran montaña que llenó toda la tierra. Daniel interpretó esto de la siguiente manera:
En los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido, y este reino no será entregado a otro pueblo; desmenuzará y pondrá fin a todos aquellos reinos, y él permanecerá para siempre. (Daniel 2:44)
El reino de Dios, representado por la piedra que llenó toda la tierra, no es una entidad nebulosa en el cielo; es un reino muy real que se establecerá en la tierra. Muchas otras escrituras también revelan que el reino de Dios, y la morada suprema de los justos, debe estar aquí en la tierra.
Considere los siguientes ejemplos:
Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra. (Apocalipsis 5:10)
Y el Señor será rey sobre toda la tierra. (Zacarías 14:9)
Porque los malhechores serán exterminados, mas los que esperan en el Señor poseerán la tierra. (Salmo 37:9)
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. (Mateo 5:5)
Algunos podrían protestar: “¿Pero no dice la Biblia que nuestra recompensa está en el cielo?” Sí, lo hace: “Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande” (Mateo 5:12). Pero nota cuidadosamente que dice que nuestra “recompensa” está en el cielo. Si nuestra recompensa está en el cielo, hay dos formas posibles de recibirla. Yendo al cielo para conseguirla, o, alguien debe traerla, desde el cielo. En ninguna parte la Biblia dice que vamos al cielo para recibir esta recompensa. Muy al contrario: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre…” (Juan 3:13).
Ahora bien, Jesús mismo dijo:
He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra. (Apocalipsis 22:12)
La recompensa es la vida eterna, y ciertamente está en el cielo en este momento, reservada hasta el día en que nos será traída, cuando Cristo regrese para establecer el reino de Dios aquí en la tierra.
La Biblia nos dice que la tierra siempre ha sido una parte permanente del plan de Dios: “Una generación va y otra generación viene, mas la tierra permanece para siempre”(Eclesiastés 1:4). El propósito jurado de Dios es llenar finalmente la tierra con su gloria: “Pero ciertamente, vivo yo, que toda la tierra será llena de la gloria del Señor” (Números 14:21). Por eso Jesús enseñó a sus discípulos a orar: “Venga tu reino…así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10).
“El reino de los cielos”, como se le llama a veces, no es celestial por su ubicación, sino por su carácter. Cuando por fin se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo, y cuando la tierra esté finalmente llena de la gloria del SEÑOR, entonces será verdaderamente una bendición para “los mansos” “heredar la tierra” (Mateo 5:5).
Hay más en este tema del “evangelio del reino de Dios”. Tiene sus raíces en dos pactos del Antiguo Testamento, uno que Dios hizo con Abraham y otro con el rey David. Estos se tratarán con más detalle en las siguientes dos secciones.
Las Promesas a Abraham
El hombre Abraham es uno de los personajes más destacados de toda la Biblia. Esto se debe a que Dios hizo un pacto con él, incluidas ciertas promesas que forman el fundamento del “evangelio del reino de Dios” del Nuevo Testamento. Hay muchas personas que sienten que entienden el Evangelio, pero saben muy poco acerca de Abraham. En Génesis 12:1-3, Dios le prometió a Abraham una serie de bendiciones, la más importante se referia a que todas las naciones serían bendecidas en él. Considere cuidadosamente el comentario del Nuevo Testamento sobre esto:
Y la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. (Gálatas 3:8)
Piense en eso: ¡El evangelio se encuentra en la simple promesa de que todas las naciones serían bendecidas por medio de Abraham! Pero, ¿cómo se logrará esta bendición de todas las naciones? Más adelante en el libro de Génesis, Dios amplió su promesa a Abraham:
Alza ahora los ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte, el sur, el oriente y el occidente, pues toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. (Génesis 13:14-15)
Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra de tus peregrinaciones, toda la tierra de Canaán como posesión perpetua. (Génesis 17:8)
Note que esta promesa de que la tierra será heredada para siempre (tierra de Canaán, que abarca al Israel moderno), se aplica tanto al mismo Abraham como a su “descendencia”. Ahora, la palabra “descendencia” (o semilla, como aparece en algunas versiones de la Biblia) es notable porque puede ser singular o plural. En su carta a los Gálatas, Pablo expone el aspecto singular de la semilla:
Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su simiente. No dice: y a las simientes, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu simiente, es decir, Cristo. (Gálatas 3:16)
Jesucristo es el descendiente o la semilla (singular) a la que se hace referencia en la promesa de la herencia eterna de la tierra. En consecuencia, tanto Abraham como Jesús recibirán esa tierra para siempre. Pero, ¿qué significa esto para nosotros? ¿Cómo encajamos en este plan y estas promesas y bendiciones? Gálatas lo explica en el capitulo 3:
Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa. (Gálatas 3:27-29)
Las palabras son tan claras, pero ¡muy pocos las creen! La promesa de heredar la tierra para siempre fue dada a Abraham y su simiente. Su simiente es Cristo, y aquellos que se han “revestido” de Cristo en el bautismo. ¡Así es como personas de todas las naciones pueden ser bendecidas por medio de Abraham! Sin embargo, la promesa aún no se ha cumplido. Es un hecho que Abraham nunca heredó ni siquiera la tierra suficiente para poner un pie (Hechos 7:4-5). Pero en la resurrección de los muertos, cuando Cristo regrese para establecer su reino, Abraham y su simiente fiel de todas las naciones y generaciones heredarán esa tierra muy real para siempre.
Porque la promesa a Abraham o a su descendencia de que él sería heredero del mundo, no fue hecha por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe. … Por eso es por fe, para que esté de acuerdo con la gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda la posteridad. (Romanos 4:13, 16)
(Verás) a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios… (Lucas 13:2)
Las Promesas a David
Junto a Abraham, David, rey de Israel, es uno de los personajes más importantes del Antiguo Testamento. A ambos hombres, Dios les hizo promesas que involucraban a un descendiente o simiente. Abraham y su simiente (que es Cristo, como dice Gálatas 3:16), heredarían la tierra de Canaán, el Israel moderno, como posesión eterna. Esta promesa de la simiente fue un paso más allá cuando Dios hizo su pacto con David mil años después.
Esto es lo que Dios le dijo a David:
Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu simiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para mí. (2 Samuel 7:12-14)
El propósito final de
Dios es llenar la tierra
con SU GLORIA …
Jesús, entonces, es la simiente o descendencia de la que se habla en las promesas hechas a estos dos hombres. Las palabras iniciales del Nuevo Testamento confirman la importancia de este hecho:
Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. (Mateo 1:1)
El trono de David estaba en Jerusalén. Cuando Jesucristo vuelva a sentarse en el trono de David, él también estará en Jerusalén. Este glorioso futuro de la ciudad de Jerusalén es el tema de una multitud de profecías bíblicas. Pero para aquellos que no creen que el reino de Dios se establecerá en la tierra, tales escrituras son un problema. A menudo, se interpretan como una referencia al cielo. Pero en Isaías 62:4, se nos informa que Jerusalén “nunca más se dirá de ti: Abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás: Desolada”, palabras que solo pueden aplicarse a la ciudad literal. Isaías continúa:
Los que hacéis que el Señor recuerde, no os deis descanso, ni le concedáis descanso hasta que la restablezca, hasta que haga de Jerusalén una alabanza en la tierra. (Isaías 62:6-7)
Hablando de esta era futura, otro el profeta del Antiguo Testamento, Jeremías declara:
En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: «Trono del Señor»; y todas las naciones acudirán a ella, a Jerusalén, a causa del nombre del Señor. (Jeremías 3:17)
Jesús mismo, el futuro rey del reino de Dios, describe a Jerusalén como “la ciudad del gran Rey” (Mateo 5:35). De todo esto surge el siguiente cuadro: El reino de Dios se centrará en la tierra prometida a Abraham y su descendencia: el Israel de hoy. Su capital será Jerusalén cuando Jesucristo regrese para establecer su trono allí, como Dios le prometió a David. El dominio del reino se extenderá por toda la tierra, y al final, “la tierra se llenará del conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar.” (Habacuc 2:14).
¡Estas son realmente buenas noticias! De hecho, esta es la buena noticia o evangelio del reino de Dios!
Bautismo
Después de su resurrección, Jesús envió a sus apóstoles con estas instrucciones:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado será salvo… (Marcos 16:15-16)
En palabras simples, esto es lo que debemos hacer para ser salvos. Primero, creer en el Evangelio. Como se mencionó en capítulos anteriores, el Evangelio, se refiere a las cosas que tienen que ver con el Reino de Dios en esta tierra y al nombre de Jesucristo, sin embargo, de estas dos cosas la gran mayoría de la gente sabe muy poco.
Una vez que se cree en el verdadero Evangelio, el siguiente paso es: el bautismo. Dado que el bautismo debe venir después de la creencia, debería ser obvio que la práctica de bautizar infantes no es el bautismo del que habla la Biblia. A lo largo del Nuevo Testamento, el bautismo es un acto que una persona decide llevar a cabo como consecuencia de creer en el Evangelio y la instrucción del mismo es la que precede esta decisión. Por eso es que podemos leer en Hechos:
Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Cristo Jesús, se bautizaban, tanto hombres como mujeres. (Hechos 8:12)
Entonces, nos preguntamos, ¿Cuál es exactamente el propósito del bautismo? En primer lugar, el bautismo es el medio por el cual el perdón está disponible para nosotros: “Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hechos 2:38). Muerte sepultura y resurrección a una nueva forma de vida; El bautismo, por tanto, es de forma maravillosa y apropiada el medio por el cual podemos identificarnos con la muerte y la resurrección de Cristo. Y así es como Pablo lo describe en su carta a los Romanos:
¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.
Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección, sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado. (Romanos 6:3-7)
Claramente, bautizar a los bebés con rocíos de agua no se aproxima de ninguna manera a las figuras de la muerte, entierro y resurrección de Cristo. El bautizo en términos bíblicos sólo puede entenderse por inmersión total bajo el agua. De hecho, la palabra raíz griega que se usa para bautismo (Bapto) significa sumergir o poner bajo el agua.
También es a través del acto del bautismo que nos relacionamos con las promesas que Dios le hizo a Abraham:
Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. … Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa. (Gálatas 3:27,29)
Algunos expositores han argumentado que el bautismo en agua es innecesario; que ha sido reemplazado por el bautismo del Espíritu Santo. Pero en Hechos 10, después de que el Espíritu Santo fue derramado sobre una asamblea de personas, Pedro dijo:
¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. (Hechos 10:47-48).
Esto quiere decir que el bautismo por agua, es en realidad es absolutamente esencial para la salvación. Asi lo escribe Pedro en su primera carta:
Correspondiendo a esto, el bautismo ahora os salva (no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una buena conciencia) mediante la resurrección de Jesucristo. (1 Pedro 3:21)
El bautismo claramente no es un ritual anticuado. Está lleno de significado y es, en verdad, un requisito para la salvación. Es el primer acto de humilde obediencia a Dios realizado por aquellos que, creyendo en el Evangelio, desean dar muerte a sus vidas pecaminosas y a partir de ese momento entregarse al servicio de Dios.
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado será salvo…
(Marcos 16:15-16)
Una Palabra Sobre Los Cristadelfianos
Como puedes leer en este folleto, el centro de nuestras creencias es la Biblia entendida como la palabra inspirada de Dios:
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16-17)
La Biblia es, por lo tanto, nuestra única fuente de autoridad para entender el propósito de Dios. Debido a su importancia, leemos nuestras Biblias con regularidad, a menudo usando una guía de lectura diaria. Además de la lectura y el estudio personal de la Biblia, tenemos clases bíblicas entre semana, escuela dominical para niños y adultos, a veces presentaciones bíblicas especiales los fines de semana y escuelas bíblicas de verano de una semana.
Adicionalmente, obedeciendo al señor Jesus, nos congregamos cada semana asistimos al “servicio conmemorativo” donde recordamos el sacrificio de Cristo a través de los emblemas del pan y el vino. Estos servicios de adoración generalmente se llevan a cabo los domingos por la mañana, pero a veces en otros días de la semana según la costumbre local. En nuestros servicios de domingo cantamos himnos de adoración, tenemos oraciones, lecturas de la Biblia, una exhortación (discurso bíblico para el estímulo espiritual) y compartimos el pan y el vino en memoria del sacrificio del Señor Jesús.
Este respeto por la palabra de Dios y la fe común que compartimos basada en las enseñanzas de la Biblia acompañados por el bautismo son los aspectos fundamentales de nuestra comunidad:
Habiendo nacido de nuevo… por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… Esta es la palabra que os ha sido anunciada por el evangelio. (1 Pedro 1:23-25)
Pero a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:12-13)
Siguiendo la práctica esbozada en el Nuevo Testamento, los Cristadelfianos se organizan en congregaciones que llamamos “iglesias” o “ecclesia” que se encuentra en el Nuevo Testamento, viene del latín ecclesia (“asamblea”) y este del griego antiguo έκκλησία (ekklēsía, “asamblea”) y describe un grupo de creyentes. Esta palabra enfatiza a las personas más que a la edificación. También enfatiza la reunión de los creyentes, por lo que nuestras iglesias también se llaman “reuniones”. Los cristadelfianos no contamos un ministerio pagado ni una jerarquía organizativa. Cada una de nuestras iglesias administran y se organizan de manera independiente pero todas siguen un formato similar en su organización donde se llevan a cabo las actividades arriba mencionadas. Los miembros de las iglesias ofrecen voluntariamente su tiempo y energía para a la obra del Señor, donde hombres, mujeres y jovenes aportan con su trabajo y servicio para su funcionamiento. Nuestras iglesias se reconocen unas a otras por pertenecer a una comunidad de fraternidad mundial común.
El reino del mundo ha venido a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos.
(Apocalipsis 11:15)